Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


937
Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 21 de diciembre de 1882
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 14, 302-304
Tema: Sistema político del actual Gobierno

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, no creo que ha llegado todavía el momento oportuno para entrar en el fondo de este debate; pero mi distinguido amigo el Sr. Navarro y Rodrigo ha emitido aquí algunas opiniones y algunas ideas que, mal interpretadas, pudieran parecer ideas y pensamientos en completa contradicción, y sobre todo, en completa oposición al Gobierno. Esto me obliga a molestar por breves momentos la atención de los Sres. Diputados, reservándome como me reservo explanar más las ideas y determinar bien cuál es la situación del Gobierno en esta cuestión, como en todas las demás que puedan surgir, al tener la honra de resumir este ya largísimo debate.

El Sr. Navarro y Rodrigo ha tenido palabras dulces y amargas para todos: para la izquierda dinástica, para los radicales, para los conservadores, y en la posición elevada en que se ha colocado, naturalmente había de tenerlas también para sus amigos. No se disgusta de esto el Gobierno, y mucho menos me disgusto yo, porque realmente esos son los amigos verdaderos. Que sigan a un Gobierno aquellos que piensan en todo, absolutamente en todo de la misma manera, y que en los detalles, en el fondo y en la forma está completamente de acuerdo con él, no tiene nada de particular; pero sería preciso que todos tuviéramos la misma inteligencia y viéramos las cosas por el mismo prisma, lo cual es de todo punto imposible.

Lo que hay que agradecer es que aún aquellos que no ven las cosas en absoluto del mismo modo que el Gobierno, por consideraciones de lealtad, por consideraciones de patriotismo y de partido estén al lado del Gobierno, a pesar de esas pequeñas diferencias. Y por eso el Sr. Navarro y Rodrigo, después de aplaudir al Gobierno en lo que creía que debe ser aplaudido, ha pasado a indicar que hay deficiencias en la marcha del Gobierno, a su juicio (que puede ser equivocado), deficiencias que yo también declaro, porque yo he querido hacer más de lo que he hecho, sólo que no he podido hacerlo por falta de tiempo.

Su señoría dice que aunque encuentra deficiencias en la política del Gobierno, con el Gobierno está, es un correligionario, y un correligionario que el Gobierno estima en lo que vale, porque así han de ser los hombres y los partidos, que no han de buscar disidencias [302] por no estar completamente de acuerdo en todo y siempre con los Gobiernos. Con tal de que lo estén en los puntos de vista generales, en las tendencias, ¿qué importa que lo estén en pequeños detalles? La gran inteligencia de S. S., su actividad, todos los demás medios influirán para alcanzar un acuerdo en esos pequeños detalles.

Eso es lo que ha hecho el Sr. Navarro y Rodrigo, y ha hecho bien. Su señoría, como hombre experimentado y práctico, es hombre de partido, y aquí es preciso ser hombre de partido; y aunque el ejemplo no sea del todo propio, porque el Gobierno cree tener razón, a S. S. puede decírsele lo que a un célebre Ministro francés que en una cuestión difícil, en una votación importante vio a sus amigos que permanecían en sus asientos, y se levantó airado diciéndoles. "Levantaos, " y sus amigos se levantaron, y después en los pasillos le decían: " ¿Por qué nos habéis hecho votar, si no teníais razón? -Pues por eso, les contestó. Cuando no está clara la razón, es cuando necesito de mis amigos; que cuando lo esta, con la razón me basta. " (Rumores de aprobación.)

¡Ah señores! Si hubiera muchos así, no vendrían esas disidencias que tanto perjudican a los partidos, y que tanto daño hacen a la Patria. Por consiguiente, lejos de estar disgustado del Sr. Navarro y Rodrigo, estoy muy agradecido y muy satisfecho de S. S.

Pero ya que estoy de pie, he de desvanecer un error en que S. S. está. Su señoría ha manifestado al Congreso esta tarde que no ya al iniciarse, porque ya estaba iniciado, sino al desenvolverse el movimiento determinado por el Sr. Duque de la Torre, S. S. creía que había medio todavía de conjurarlo, y proponía en realidad un remedio relativamente pequeño, un cambio de persona en la presidencia de la Cámara. Pequeño movimiento sería ese, y pequeñas consecuencias habría de traer, si con tan insignificante medio como el que S. S. proponía se hubiera de haber deshecho.

Pero eso no era más que un deseo de S. S. Yo que sigo con mucho gusto siempre las indicaciones de mis amigos, y mucho más cuando valen tanto como vale S. S., estaba dispuesto a seguir su consejo; pero naturalmente, no había de oír sólo a S. S. Tuve, sin necesidad de manifestar mi pensamiento, que indagar otras opiniones, hasta la del mismo a quien más podía interesarle, y precisamente en el mismo a quien más podía interesar es donde menos dificultades encontré, en honor de la verdad, porque me facilitaba la solución, si eso hubiera sido solución.

Pero después de indagar las opiniones, después de ver la dirección que había tomado el acto del Sr. Duque de la Torre, yo creía peor el remedio que la enfermedad.

Iniciado ese movimiento sin participación alguna del partido constitucional; levantada esa bandera de la Constitución de 1869, que no era ya la bandera del partido constitucional, levantada sin consultar con el partido ni con ninguno de sus hombres importantes, ¿qué había de hacer el partido constitucional, y mucho más después que se convenció de que sin consultar con sus hombres se había consultado con los adversarios? ¿Qué había de hacer? ¿Transigir? ¡Ah! No. Mientras merezca la confianza del partido constitucional yo le podré llevar a la batalla; podrá vencer o ser vencido, que para eso se llevan los partidos a la lucha; pero llevarle a la humillación, jamás. (Aplausos en la mayoría.)

Yo hice lo que debía hacer; el Sr. Navarro y Rodrigo hizo también lo que debía; pero no tenía la situación y la responsabilidad que yo tengo, porque al fin S. S., aunque individuo muy digno e importante de este partido, podía obrar por su cuenta, sin ser responsable de las consecuencias; pero yo, en mi calidad de jefe de la mayoría y hoy jefe indiscutible del partido constitucional, porque hasta hace poco, por lo visto, en el partido no era yo nada; yo, jefe indiscutible ya de este partido, tenía la responsabilidad de las consecuencias que pudieran sobrevenir de someterse a un acto como el llevado a cabo por el Sr. Duque de la Torre, y que no debo discutir en este momento.

Hice lo que debía: esperar el movimiento y su desarrollo en las Cámaras, y esperarlo para recibirlo bien si venía convenientemente, y para combatirle si venía a combatirnos; pero ¿podía yo entregarme a ese movimiento hecho en forma de ukase imperial? ¿De esa manera formáis los partidos liberales, vosotros, radicales, que os llamáis más liberales que nadie? No; si se forman así, yo no perteneceré nunca a esos partidos.

Hice, pues, lo que debía; pero además, Sr. Navarro Rodrigo, ¿qué había de hacer más que esperar el movimiento tal como venía, fijo en nuestra situación y tal como estaba? Porque no hacíamos alarde de nuestra posición, ni hostilizábamos a nadie; pero no debimos manifestar temor alguno, y así esperamos en nuestros puestos en las mismas condiciones que estamos, con los mismos medios que tenemos, sin aumentarlos ni disminuirlos.

Por eso no se hizo nada de lo que el Sr. Navarro proponía, que en honor de la verdad era bien poca cosa; pues yo creo que está dignamente en ese puesto (Señalando a la Presidencia) aquel que un día se nos daba como jefe. (El Sr. Navarro Rodrigo: ¿Quién lo propuso?)

El Sr. Moret nos dijo ayer que había sido el propósito del partido constitucional que el Sr. Posada Herrera fuera jefe. (El Sr. Navarro Rodrigo: ¿Es que los Presidentes de Gobierno son siempre jefes de partido?) Accidentalmente por menos, mientras son Presidentes de Gobierno son jefes de partido. Por consiguiente, creo yo que no había necesidad de este cambio; pero aunque la hubiera, no debía hacerse en aquel momento.

Tiene razón el Sr. Navarro Rodrigo; la tarea de conservar unidas las mayorías es de los jefes de las mismas, es de los Gobiernos; pero bien sabe el Sr. Navarro Rodrigo que unas veces esta tarea es fácil y otras difícil, y que depende no sólo de los medios, de la actividad, de la voluntad de aquel que está encargado de ella, sino también de las circunstancias, de la naturaleza, del temperamento, muchas veces del carácter, de la consecuencia y hasta de la lealtad de las personas que han de permanecer en las mayorías.

Pues bien, Sres. Diputados y Sr. Navarro Rodrigo; para conservar ahora unida a la mayoría he tenido que trabajar poco, porque esta mayoría por sus circunstancias, por sus medios, hasta por el temperamento de los que la constituyen en la actualidad, es muy a propósito para permanecer unida, hasta tal punto, que no ha habido mayoría parlamentaria que haya dado un ejemplo semejante al que ha dado la que apoya a este Gobierno. Abandonada por su jefe, que sin su conocimiento y sin su acuerdo levantó una bandera que bajo cierto punto de vista podía ser simpática a los individuos de esa mayoría, con toda la altura de su personalidad, con todas las dotes que le ha reconocido el [303] Sr. Navarro y Rodrigo, y que yo no le escatimo, pues le reconozco muchas más, sólo han seguido al jefe una docena de individuos de la mayoría, entre amigos y deudos. (El Sr. Linares Rivas: Pido la palabra. -Rumores.)

No tiene nadie que molestarse por las palabras que he pronunciado (El Sr. Navarro y Rodrigo pide la palabra para rectificar), porque digo que al levantarse esa bandera, la han seguido una docena de Diputados; algunos más se han agrupado a su alrededor, pero esos ya se habían ido.

Como me conviene demostrar que por parte de la mayoría, que por parte del Gobierno y por parte mía se ha hecho lo que se debía hacer, porque no existió nunca una mayoría más compacta, resulta, como ve el Sr. Navarro Rodrigo, que yo comprendo y realizo la tarea de mantener unida a esta mayoría, que por otra parte no necesita de grandes cuidados.

El Sr. Navarro Rodrigo ha indicado la conveniencia y la necesidad de hacer transacciones.

Yo declaro que estoy dispuesto a hacer transacciones con la izquierda, todas la que quepan dentro de la conveniencia de las instituciones y de la dignidad de mi partido; yo estoy dispuesto a hacer transacciones, y lo estoy demostrando desde que tengo la honra de ocupar este puesto, y no he de dejar de demostrarlo ni un sólo día, cualquiera que sea la conducta que conmigo observen los señores que constituyen ahora la llamada izquierda dinástica; pero es necesario que no se me exija más de lo que es prudente y digno. De la misma manera que el Sr. Cánovas transigió con la derecha sin llegar nunca, e hizo bien, hasta el carlismo, ni siquiera hasta la unión católica, yo estoy dispuesto a hacer transacciones con la izquierda, pero no estoy dispuesto a que, a fuerza de querer atraer demócratas, vaya a dejar presos a los constitucionales en las redes de otros partidos.

Hasta ahí estoy dispuesto a transigir, más allá no; me lo impide mi posición y me lo impiden los deberes que tengo, no sólo como Jefe del Gobierno, sino como jefe del partido que le apoya. Dentro de esos deberes haré todas las transacciones que sean compatibles con ellos.

Y dicho esto, y habiendo de tomar parte otra vez en el debate para hacer el resumen, en cuyo momento expondré estas ideas con más extensión, me siento dando las gracias a mi distinguido amigo Sr. Navarro y Rodrigo, y diciéndole que tengo confianza en mantener compacta la mayoría, y que estoy dispuesto a hacer transacciones honrosas para todos y convenientes para el país y para las instituciones, con la ayuda de amigos como S. S., de otros amigos que tanto como S. S. valen, y de todos los demás individuos que constituyen esta mayoría, cuya homogeneidad puedo conservarla sin hacer esfuerzo alguno, porque me sobra con su patriotismo. (Bien, muy bien. -Aplausos.) [304].



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL